Ciudad Gótica, más oscura que nunca
23 Julio, 2012 - 19:59
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Moisés Rozanes T.
En mis épocas de estudiante fui a un par de matinés en compañía de un joven enfermo de esquizofrenia. No recuerdo bien cómo es que conseguíamos salir -¿escapar?- del hospital psiquiátrico para acudir a las flamantes salas del Centro Cultural Universitario de la UNAM.
Tenía yo entonces la ingenua convicción –influido por la película Atrapados sin salida- de que sacando al paciente de su encierro en el manicomio podía lograrse una verdadera experiencia terapéutica. Lamentablemente, el cine de arte alemán produjo efectos contraproducentes.
Mi compañero se agitaba en la butaca con El enigma de Kaspar Hauser y su pensamiento delirante se desbordó con Las amargas lágrimas de Petra von Kant. Así que tuvimos que salir apresuradamente de la sala.
La “terapia cinematográfica” terminó y ya nunca más volvimos a salir juntos.
Cuando la semana pasada un joven de 24 años irrumpió a balazos en un cine estadounidense durante el debut de la nueva película de Batman, matando e hiriendo a mucha gente, la realidad nuevamente superó a la imaginación.
El atacante era un brillante neurocientífico quien, poco tiempo antes del trágico suceso, había estado investigando sobre un método científicamente sofisticado para detectar la esquizofrenia usando micro-biomarcadores de ARN.
Éstos son indicios que no dependen de consideraciones clínicas, sino de datos biológicos que pueden estudiarse en muestras de sangre y de cerebro, y que también pueden servir para monitorear los avances del tratamiento.
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