miércoles, 18 de abril de 2012

EUTANASIA Y SUICIDIO EN MÉXICO.

 Arnoldo Kraus: Eutanasia y suicidio en México

Marzo 13, 2012

Los médicos, desde tiempos inmemoriales, son vistos como los guardianes de una frontera, la que separa la vida de la muerte. Son como vigilantes en el umbral más allá del cual nos aguarda el silencio. Por supuesto, ellos están allí para retrasar el tránsito lo más posible, frenar con sus artes el ineludible final. Pero es inevitable que la sociedad los vea también como una especie de representantes de las tinieblas que están en el más allá. Ellos deben conocer los secretos de la muerte y parecen tener las llaves que abren el portón último. Lo que me asombra y me causa admiración en el libro de Arnoldo Kraus (Cuando la muerte se aproxima, Almadía, México, 2011) es que se presenta como un médico que no tiene miedo a ser una especie de cancerbero benéfico apostado frente a la puerta postrera. A fin de cuentas, la gente acude a los médicos cuando se siente enferma, muchas veces con el temor de que el diagnóstico sea fatal y anuncie la cercanía de la última estación.
Los médicos escapan de muchas maneras a este halo lúgubre y disfrazan su oficio y sus instalaciones con los colores de la vida. Algunos se colocan en el primer umbral; son los parteros que vigilan el nacimiento de los seres humanos. Pero se sabe que también vigilan que el feto o el recién nacido no tenga tropiezos fatales, y que la madre no pierda la vida en el trance. No hay remedio: a los médicos les persigue el olor de la muerte, aunque ellos están allí para alentar las fuerzas vitales que desfallecen.
Una forma de escapar del estigma consiste en despedazar al enfermo en tantas partes que ya nadie –como dijo el escritor (y urólogo) inglés Kenneth Walker– es capaz de verlo de nuevo como algo unificado: ya no es un individuo sino un revoltijo de datos científicos. Arnoldo Kraus se alza precisamente contra esta tendencia a anular la existencia individual del enfermo. Ya hace mucho que Francis Bacon había señalado el peligro de curar la enfermedad pero matar al paciente. Por ello Kraus denuncia la medicalización de la vida, de una vida sometida a una terrible farmacracia. En las mejores clínicas, reza un dicho popular, los pacientes lo mismo que los doctores son profesionales. Ser un enfermo profesional es lo que se espera de los pacientes modernos.
Una de las paradojas a las que se enfrenta Kraus radica en el dramático hecho de que la muerte es enfrentada por el enfermo en la más profunda soledad; al mismo tiempo el médico está decidido a acompañarlo, a mitigar su soledad. Norbert Elias reflexionó sobre esta condición en su libro La soledad de los moribundos. El médico intenta romper la soledad y frenar la enfermedad. Para ello va acumulando en torno del paciente una cantidad creciente de prótesis, que no son más que la continuación de las que ha ido acumulando durante su vida: relojes, lupas, lentes, aparatos auditivos, bastones, marcapasos, válvulas artificiales, placas de titanio o platino, puentes dentales, implantes mamarios de silicón, aparatos para diálisis, tanques o concentradores de oxígeno, aparatos de sustitución sensorial, etc. A su vez los médicos también están dotados cada vez más de prótesis que les ayudan a diagnosticar, operar y eventualmente curar: pruebas de laboratorio, imagenología, radiología, laparoscopía, cirugía robótica, a lo cual se agregan los miles de medicamentos. Las revoluciones tecnológicas han ampliado enormemente el mundo de las prótesis y las máquinas de curar o diagnosticar. Así, el médico y el paciente están rodeados por una selva de prótesis que no dejan ver a las personas, a los individuos, que son como árboles que sufren.
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LETRAS LIBRES

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