sábado, 24 de marzo de 2012

¿Es tolerable la tolerancia religiosa? Fernando Savater

¿Es tolerable la tolerancia religiosa?

La Tierra, aseguran los creacionistas, fue creada hace seis mil años; los científicos hablan de más de cuatro mil millones de años, y tienen pruebas para demostrarlo. ¿Valen lo mismo ambas afirmaciones? ¿Puede permitirse que los colegios enseñen la fe creacionista, y otras creencias religiosas, en vez de los conocimientos científicos? Fernando Savater responde con firmeza.

Vivimos una época –supongo que hay que añadir “afortunada”– en la cual toda forma de tolerancia se recomienda prácticamente sola, mientras que intolerancias, prohibiciones y cualquier otro tipo de intransigencia nunca logran justificarse plenamente y siempre dejan un regusto de arbitrariedad dictatorial. La tolerancia universalmente recomendada no se refiere, empero, a conocimientos propiamente dichos sino a formas de vida o a interpretaciones de sentido, digamos, “existencial”. En el terreno que cubre la ciencia, con su visión objetiva, experimental, contrastable y a menudo formalizable de la realidad, el margen de tolerancia hacia saberes basados en leyendas y tradiciones inverificables es sumamente reducido. Aceptamos con bastante naturalidad que un creyente en la reencarnación de las almas se haga oír en un congreso de teología o en un curso de antropología, pero no admitimos que haya cátedras de astrología en las universidades serias o que se incluya el espiritismo como asignatura en la escuela pública. Por decirlo recurriendo a una metáfora que se remonta a muchos siglos atrás, el mundo en que vivimos y del que formamos parte es un libro cuyo mensaje poético puede interpretarse de muy diferentes modos, pero que está escrito en una lengua cuya sintaxis y semántica elemental las establece de forma universal el método científico.
La generalización de la tolerancia es, sin duda, una consecuencia del reconocimiento de derechos fundamentales idénticos para todos los humanos, o sea, de un concepto de igualdad que significa –como bien ha hecho notar Odo Marquard– que “todos podamos ser diferentes sin temor”. Tenemos derecho a ser diferentes: es decir, compartimos el derecho, no la diferencia. Naturalmente, el derecho a la diferencia es igual para todos, o sea que no equivale a una diferencia de derechos. Volveremos sobre las consecuencias de este principio, esencial para la correcta comprensión del concepto actual de tolerancia. Baste ahora señalar que para alcanzar el objetivo –la libre diferencia sin temor– es imprescindible establecer el derecho común a una humanidad que en tanto compartida no es desde luego “diferente” sino plena y consecuentemente semejante. Aquello en que no diferimos (y que nos hace humanamente semejantes, más allá y sobre todo antes de cualquier diferencia) es el fundamento de unas diferencias ni temibles ni temerosas que expresan nuestra libertad y por tanto la búsqueda abierta de nuestro destino.
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REVISTA LETRAS LIBRES

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