Vigencia del hospital
psiquiátrico*
Dr. Rafael Velasco Fernández
*Conferencia presentada en el XLIII
Aniversario del Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino Álvarez, Mayo del
2010.
Psiquis (México), Volumen 19, Núm. 4, 2010: 122-126.
En junio
de 1974, siendo Director
General de Salud Mental fui invitado a este mismo recinto
para hablar del futuro de la
Psiquiatría Institucional en México. ¿Por qué ese tema?
Simplemente porque se
realizaba entonces la llamada «desinstitucionalización del enfermo mental», término
lingüístico horrible y técnicamente inadecuado. Era el momento, el gran momento
de la «psiquiatría comunitaria» que con esta nueva denominación traducía
bastante bien definición y propósito. Como es costumbre, lo nuevo, aun siendo
valioso, polariza razones y sentimientos y se convierte en moda. Si, también
hay modas en las ciencias y generalmente se visten con
neologismos, o bien,
con los viejos términos interpretados a modo.
La moda en aquel momento era
la irrupción de la psiquiatría comunitaria con sus grandes virtudes, pero también
con los riesgos a que lleva una incorrecta lectura de los hechos, provocada
tal vez por aquellas «interpretaciones
catatímicas de la realidad» de las que nos hablaba con vehemencia el maestro José Luis Patiño. A veces uno extrae de los
hechos y de las palabras conclusiones que van más de acuerdo con nuestras
propias expectativas emocionales que con la realidad, igual que le pasa a
las madres que ven a sus hijos bonitos cualquiera que sea la verdad. No cabe duda:
los modelos, hoy llamados más elegantemente paradigmas, nos sirven para
explicarnos todo de una vez y para siempre. Obtenida una vara de medir, sólo es
cosa de adosar los hechos a su dimensión para tener explicaciones seguras e irrebatibles. Pero no: en nuestro
campo, como en el de la ciencia pura, sólo
hay conjeturas. Unas se comprueban, otras se eliminan y la mayoría persiste,
aunque modificada por nuevos conocimientos y nuevas conjeturas. La verdadera
ciencia es modesta.
La antipsiquiatría, que en
1974 ya existía bastante desarrolladita pero que no
había recibido aquí la atención
que merecía, también estaba de moda, principalmente en los mismos países
que abogaban por el ejercicio de la Psiquiatría en la comunidad. Resultó lógico que los
«extremistas» de cada uno de esos enfoques se hermanaran para lanzarse contra el
hospital psiquiátrico. Nada mejor para los antipsiquiatras que el ataque a las
instituciones que, según ellos, aplican una pseudociencia aberrante; y también nada
mejor para los «psiquiatras light», término con el que se calificó desde el
hospital a los que se dedicaron a la salud mental comunitaria, con su enfoque de salud pública que llegaba
con buenas razones a nuestro medio, aunque con un retraso de unos 10 años, como
siempre.
Tal cosa le ocurrió a los
extremistas que militaban en esas dos «verdades» entre comillas. Pero hubo también
quienes valoraron cuidadosa y objetivamente los hechos y llegaron a dos
conclusiones útiles, ciertas, según ha demostrado el tiempo. Una, que la
psiquiatría comunitaria y la que se ejerce en el hospital se complementan, no
se excluyen; y la otra, que aunque las premisas de la antipsiquiatría son
científicamente inaceptables, verdaderamente
aberrantes, nos hicieron reflexionar sobre los errores cometidos por la psiquiatría
hospitalaria tradicional que venían siendo expuestos desde muchos
años antes por algunos grandes
personajes de la Psiquiatría.
Al llegar a este punto,
recordé algo que expresé en aquella conferencia de hace 36 años. Muy pocos de los
aquí presentes estuvieron también en esa ocasión, pero sería una
insensatez pedirles que testificaran sobre mi dicho. Lo recuerdo hoy
usando las mismas palabras; dije entonces: La antipisquiatría deviene de doctrinas
políticas y no del conocimiento científico...estoy convencido de que esta
moda, pretendidamente intelectual,
pasará en corto plazo, sin dejar
huella alguna, así de disparatada se nos presenta.
Bueno, en parte me equivoqué:
aún hay antipsiquiatras que escriben verdaderos panfletos insultantes, pero
está claro que la influencia de su ideología (que no ciencia) ha desaparecido
casi totalmente en la actualidad. Además, en mi
defensa diré «corto plazo» que en
la historia del
conocimiento quiere decir, creo,
algo más que el tiempo trascurrido desde aquel momento en que lo dije.
Quiero resaltar que los
antipsiquiatras de entonces se sintieron los guerrilleros que gallardamente
luchaban contra las malas prácticas del hospital, centrándose mañosamente en
las que realmente ocurrían, pero también en las que inventaban para exhibir males inexistentes. Pienso
que es justo reflexionar para
entender mejor nuestra historia, de dónde surgió una posición como esa. Por mi
parte, llego a esta conclusión, obtenida de la lectura de los más connotados antipsiquiatras:
proviene, por lo menos en parte, de la negación de la enfermedad mental. Ésta
simplemente no existe. Las descripciones clínicas de Areteo de Coppadocia, Sorano
de Efeso e Hipócrates, de 3 a 400 años antes de Cristo; y mucho más tarde las de
Pinel y su alumno Esquirol, Kraepelin y Bleuler, para citar sólo algunos de los
grandes de la historia de la Psiquiatría; todas esas observaciones junto al paciente
son, para los antipsiquiatras, descripciones de irrealidades; no utilizan los términos «delirio» y «alucinación», porque se
morderían la lengua. Según ellos, «por algún motivo desconocido»,
aquellos grandes clínicos y muchos otros que describieron con objetividad los
principales cuadros de la psicopatolo-gía, convencieron a los médicos
haciéndoles creer en un gran mito, el mito de la
enfermedad mental.
Precisamente el Dr.
Thomas Szasz, para mí
el verdadero motor de la antipsiquiatría, dio a un voluminoso libro el título de El
mito de la enfermedad mental. Es un clásico de los antipsiquiatras, aunque el
autor no lo escribió con la intención de abanderarlos, el hecho es que influyó
en muchos y, como era de esperar, sirvió como una de las banderas del movimiento
contra el hospital psiquiátrico. En el libro mencionado expresó: Nuestros
adversarios no son los demonios, las brujas, el destino o las enfermedades mentales.
No tenemos enemigo con el cual pelear, a quién exorcizar o desvanecer por medio
de la «cura». Lo que tenemos son problemas del vivir, sean biológicos, económicos, políticos
o sociopsicológicos... mi argumento se limita a la proposición de que la enfermedad
mental es un mito, cuya función es la de disfrazar, para poder tragar, la
píldora amarga de los conflictos morales en las relaciones humanas.
Que semejante «rollo» no es un
verdadero argumento, se demuestra poniéndolo al revés. Si yo digo: nuestro
argumento se limita a la proposición de que los «problemas del vivir» son sólo
un mito cuya función es la de disfrazar, para poder tragar, la píldora amarga
de las enfermedades mentales que afectan al ser humano; si yo digo eso, estaré
haciendo una mera afirmación sin el aporte de prueba alguna. Todo se reduce a
una declaración tan verdadera o tan falsa como la de Szasz. Sin embargo, la de
él contribuyó a exacerbar el movimiento contra la Psiquiatría y sus hospitales.
El enfermo mental existe desde
que los homínidos dieron lugar a la aparición de esa punta de la evolución que hasta ahora ha
sido el ser humano. Pensemos sólo en los trastornos psíquicos derivados de los
traumatismos craneales y de la epilepsia, también en las deficiencias mentales
y otras patologías cuya ausencia en aquellos seres no se puede negar, aunque
tampoco se puede confirmar. La humanidad ha tenido que confrontar esa realidad,
y la Medicina lo hizo siempre con los
recursos con que contaba. Con el
tiempo nació la práctica de asilar a los más enfermos, apartar a los
peligrosos, encarcelar a los que
las leyes castigaban, y recibir
en los nuevos recintos a aquellos que debido
a su trastorno eran rechazados y aún perseguidos por la sociedad. Con el tiempo
se llamó Psiquiatría a la rama de la Medicina que se ocupaba de ellos, y
hospital psiquiátrico a los nosocomios que los albergaban para su tratamiento.
No pretendo abordar la
historia de éstos, pero sí diré que tradicionalmente han sido objeto de ataques
y rechazo por múltiples razones.
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